Recuerdo que no hace mucho tiempo, o tal vez, bastante… para ser más preciso que no exacto decidí pasar la tarde viendo una película. Eran los 90 y la cinta, adaptaba de nuevo el clásico de Shakespeare, HAMLET (1990), de Franco Zeffirelli.

El porqué de tal elección, tuvo que ver con tres circunstancias: La primera, pensar que Cervantes, primero, y Shakespeare, después, pero a corta distancia, habían sido los mayores genios de la literatura universal popular. Por ello, como podrán imaginar, cualquier adaptación cinematográfica, de cualquiera de sus obras, despierta en mí, casi de repente, una inesperada curiosidad. Además de esta circunstancia subjetiva, el elenco de actores era impresionante para su tiempo. Esta circunstancia, por supuesto, era la segunda razón. La cinta estaba protagonizada por Mel Gibson, en un iniciático proceso de mutación, dando vida y también muerte al lacónico Príncipe de Dinamarca.

Pues bien, en el muy acertado póster de Hamlet (1990), el mentado actor, ahora director, aparecía flanqueado por: Glenn Close, Gertrud; Ian Holms, el entrañable Bilbo Bolsón de El Señor de los Anillos, como Polonio y Helena Bonham Carter, como la desgraciada Ophelia, entre otros. Siguiendo con el póster, leitmotiv de esta anécdota, se veía a Mel Gibson con barba corta y pelado a la ”taza”. Sujetaba entre sus manos, en primer plano, una gran espada. Craso y confuso error para algunos como veremos a continuación. Detrás, o mas bien a sus espaldas, como tratando de asomar sus cabezas, sobre fondo negro, se podía ver al resto de actores dispuestos en riguroso orden.

Una vez en la Sala Oscura, buscamos un buen lugar y nos sentamos. Mi hermana Paula, filóloga inglesa y gran ”intérprete” de Shakespeare en inglés y, por cierto, la tercera circunstancia de la que os hablaba al inicio.

A los pocos minutos, notamos como si un orco se moviese a nuestras espaldas, los sillones crepitaron de repente. Al girar la cabeza y ver la imagen pensé inmediatamente en La Bella y la Bestia pero no la de Disney sino más bien la obra surrealista de Juraj Herz (Panna a Netvor, 1978). Y, efectivamente… solo le faltaba el taparrabo. Vestía con más mal gusto que un chupito de vinagre pero ahí estaba, de pié, desafiante, cual portero de discoteca barata. De su cuello colgaba más oro que el que llevaba ”M.A” Barracus, el forzudo del Equipo A.

A su lado, la mirada cándida de una chiquilla que le dirigía gestos de admiración y a nosotros nos ponía cara de mala leche. Pintada como, como estaba, como una… mujer con muy mal gusto. De sus diminutas orejitas colgaban un par de aros de oro de diámetro gigante. Toda una Lolita de estilo ”lerele” que vestía camiseta rosa muy pegada al pecho en la que se leía una “elegante” serigrafía que rezaba : Touch Me! (¡Tócame!). Una muestra más de que muchos no saben lo que se ponen y deja en evidencia que los idioma siguen siendo una asignatura pendiente en este país. Comienza la película, y siento, las patadas bajo mi asiento, su aliento, susurros, me giro ”de rapidez” y ¡el personaje de atrás esta devorando a su novia empezando por la boca! Pasamos un buen rato distraídos, como digo, con toda clase de cacofonías inenarrables provenientes de la butaca de atrás. Cuando ya no aguantaba más, en el mismo instante en que el taciturno Hamlet se encontraba en la torre con el fantasma de su padre asesinado, escuchamos claro y alto: ¡vaya bodrio de película pues yo que creía que era como Conan El Bárbaro!

Tras este glorioso comentario, el gorila se levantó, sorbió su último trago de Coca Cola, cogió con ímpetu a su novia del brazo y se fueron por donde habían venido. Mientras protestaban en voz alta.

Como la realidad siempre supera a la ficción pensé que, un anécdota como esta, debía ser contada como un buen ejemplo de falta de cultura y educación en su sentido más amplio.

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